Ya no somos los mismos. Cuántos habríamos corrido el riesgo de perder a nuestro amigo del alma por la posibilidad de un revolcón con su novia. Cuantos no estuvimos a punto de pasar una noche en comisaría o en un hospital, por no sabernos callar ante aquel “usted no sabe con quién está hablando”, o ese “tú no sabes con quién te estás metiendo”. Cuantas veces pensamos que posiblemente sería esa, la última vez que veríamos una muda reprobación en la cara del jefe, al llegar a trabajar, con esa de recién… desenterrado.
Ya no somos los mismos. Y es que la vida te cambia. Bueno, en realidad son los demás, quienes cambian su punto de vista. Resultabas chispeante porque siempre fuiste “verde”, pero ahora que eres mayor, te tachan de viejo, de viejo verde. Quedas para cenar con los amigos, en su casa o en la tuya, porque ya lo has cambiado por quedar a tomar copas y por quedar para tener sexo, en tu casa o en la suya. Es entonces cuando rememoras tus machadas de antaño, porque las de hogaño, son llevar a tus hijos al médico, a interminables cumpleaños y entrevistarte con su tutor. Y cuando dejas de llevarles al médico, empiezas a ir tú.
Así que poco a poco vas suavizando tu currículum, y dándole a la tecla Supr en los párrafos de aquellos méritos que incluso a ti ya empiezan a no hacerte tilín. Y se te olvidan cosas. También nosotros vamos cambiando, hasta no parecernos en nada a lo que fuimos.
Don Luis García Berlanga pasará a la historia, por desgracia ha pasado ya, como un genial cineasta. Plácido, el Verdugo, Calabuch y Bienvenido Mister Marshall, son sin duda mis preferidas. Coincido, al menos en este caso, con eso que se dice de que la genialidad creativa aumenta según decrece la falta de libertad. Pero en su biografía también aparece su paso por la División Azul. Pues sí.
Que si se alistó por rehabilitar a su padre, que estaba siendo represaliado por haber militado en el lado republicano. Que si le arrastró a Rusia el afán de aventura. Que si quiso seguir a sus amigos que eran falangistas. Que si creyó así poder conseguir el amor de una muchacha… ¡Qué pereza!
[…] Alguien ha dado la voz de alto. Se detiene poco a poco la columna, y al borde del camino van surgiendo hogueras alrededor de las cuales se improvisan animados grupos. Uno de ellos lo formamos nosotros –“los bohemios” nos bautizaron en el campamento-, camisa azul con cisne blanco bajo el verde uniforme alemán. Junto al fuego, quizá un poco simbólico en esta fecha, 12 de octubre, hemos encendido las pipas y Carlos como de costumbre, ha iniciado una conversación intrascendente, saturada de chistes y alusiones. Pasa un enlace sobre una moto. Nos conoce; se detiene un poco y grita:
-¡Muchachos, nos quedamos aquí! ¡Estamos a tres kilómetros de la primera línea! Esta misma noche relevamos a los alemanes.
Nos saluda brazo en alto y reanuda la marcha. Al principio nos hemos quedado todos enmudecidos. Daniel es el primero en salir de su ensimismamiento. Se vuelve hacia nosotros y dice tan solo estas palabras:
-¡Ya era hora!
Parece como si la noticia hubiera eliminado de nuestro recuerdo la noción de los 1.300 kilómetros recorridos hasta ese momento. Han desaparecido de nuestros rostros todas las huellas de sueño, fatiga y penalidades. Nos hemos puesto de pie y, como en todas las grandes ocasiones, hemos cantado. Y ha sido una desgracia no conocer ningún himno del SEU, porque aquí, en este instante y ante este paisaje, sus estrofas entonadas por nosotros hubieran tenido una emoción apasionada. (…)
Julio ha empapado de sangre esta retrasada primavera. Todavía queda nieve para grabar iniciales en su blanca superficie, pero ya han surgido rosas que han de dulcificar la sepultura. Cerramos los ojos a esta angustia que nos invade, porque ya no está con nosotros el mejor compañero. Sobre un carro, un carro de ruedas destartaladas y ejes que chirriaban, a contraluz con la estepa iluminada eternamente, llevamos ayer su cadáver a Motorowo, y en un jardín, la cabeza hacia España, lo enterramos (…)
Con él se fueron las medallas religiosas, el cisne blanco en la camisa azul, y aquella rosa de los Alpes que una estudiante alemana le regalara. Nos dejó, sin embargo, una antología de la buena muerte y una postura arrogante ante lo irremediable.
Caía la tierra sobre su cuerpo y descendía sobre nosotros el afán silencioso en la lucha. Así, sin gritos, proseguíamos, cada vez más acelerada, la marcha hacia los límites de nuestra conciencia. Se desangran, sí, los cadáveres de los falangistas, pero esa sangre entra en las venas de los que quedamos, para rejuvenecer nuestro ímpetu.
Tengo su diario entre mis manos. Es de tapas azules y sus páginas están llenas de una letra apretada y ágil. Todas sus confidencias están trasplantadas –y aquí con más pureza- a la blanca amistad del papel. Por todas partes, alusiones a su entrega eterna a la Falange. Se dictaba a sí mismo la violencia y la fe en la revolucionaria tarea. Leo…
Luis García Berlanga (con la gorra en la mano y bigote) junto a otros compañeros se dirige al Frente Ruso formando parte de las tropas de la División Azul.
«¡Qué día más terrible aquel en que ninguna mano extendida nos señale el mejor camino hacia la muerte! Si en la constelación falangista no se esperasen refuerzos, ¿Cómo íbamos a justificar nuestra presencia en este campamento terrestre?
Se nos quiere llevar a la molicie ofreciéndonos como cebo y consuelo el fácil recuerdo de lo pasado. Y no: no se hacen revoluciones fundando un museo de añoranzas, sino buscando con el punto de mira el cuerpo enemigo.
Las consignas no deben perderse entre las páginas tibias de revistas que nadie lee. Las consignas han de clavarse a gritos en las paredes enemigas.»
Al terminar de leer me fijo en la última página, donde, a lápiz, pero con gruesos caracteres, había escrito: “¡ARRIBA ESPAÑA!”.
FRAGMENTOS DE UNA PRIMAVERA
Luis García-Berlanga Martí
Dicen que el tiempo pone a cada uno en su sitio. No lo niego, pero me gustaría vivir para ver otros casos como el de don Luís, en los que la verdad sale a la luz, pero preferiría que fuera en vida de los protagonistas, porque es mejor ver en vergüenza a un mentiroso deslenguado, que ver cómo con presuntas razones, otros ensucian su memoria.
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