Posts Tagged ‘División Azul’

NUNCA MÁS

agosto 5, 2014

Siempre decía mi padre, cuando asaltaban iglesias o detenían a políticos monárquicos o de la CEDA, que había que mirar las cosas con la perspectiva que da el tiempo, que pronto todo volvería a la normalidad. Hasta que de un tiro en la cabeza le callaron frente a la puerta de casa. Y ya no dijo nada.

Obra de Augusto Ferrer Dalmau

Obra de Augusto Ferrer Dalmau

Pero la normalidad no volvió. Empezamos a tener hambre. Y miedo. Las sirenas nos obligaban a buscar refugio y las bombas a no movernos de él. De vez en cuando golpeaban la puerta de casa en plena noche. Buscaban a mi hermano. La portera, que era novia de uno de la FAI, le había denunciado. Y es que antes de la sublevación, a mi hermano le gustaba salir después de cenar a dar una vuelta en bicicleta. Siempre llevaba un bote de pintura roja, colgando del manillar. Un día descubrió Madre una camisa azul entre sus ropas. La hizo trizas y la quemó en el brasero. Hacía mucho que nosotros nada sabíamos de él, pero los milicianos volvían cada poco, de noche, sacándonos de la cama, cuando no lo hacían las bombas de los nacionales. Yo creo que venían, más que nada, por ver a mis hermanas y a mi madre en camisón; pero preguntaban por mi hermano, y revolvían toda la casa. Y preguntaban por la edad que tenía yo: A ver si das el estiron y te vienes con nosotros -decía uno siempre-, y te haces un hombre, añadía. Entonces, otro contestaba: eso es lo que tú quisieras, hacerle un hombre. Y todos se reían, nosotros no nos reíamos.

Comencé a hacer recados para un vecino que era de la UGT. Llevaba paquetes de un sitio a otro, aprovechando la bicicleta que dejó mi hermano. Casi todos los días llevaba uno, que por el olor sabía que era comida, a la casa de una señora que se pasaba el día en bata. Al terminar el reparto me daban un trozo de tocino seco, o pan, o un par de chorizos. Fuera lo que fuera, a mi madre siempre le parecía poco.

Un día me pararon cuando bajaba por la calle Mayor. Acababan de detener a don Julián, el párroco de Santo Tomás. Al parecer vivía escondido en casa de una viuda. A la señora la metieron en un coche y se la llevaron; cuando el coche pasaba por delante de donde tenían a don Julián, la viuda pudo ver cómo éste caía muerto con la cabeza reventada por un disparo.

¿Qué se me ha perdido en Rusia?, dices. Ahora ya no soy un niño, soy un hombre. Ahora puedo empuñar un arma. Aunque ya no vienen a molestarnos a casa. Aunque ya no matan a mis vecinos. Aunque ya no nos roban el pan que les mantiene en el poder y con el que compran sus vicios. Aunque nadie le devolverá la vida a mi padre, ni a mi hermano, ni a tantos otros, yo tengo que ayudar a que esos no vuelvan nunca. Nunca más.

© Lo que escuché cuando estuvimos en Rusia

Miguel Reseco

ENCONTRARSE A UNO MISMO

agosto 4, 2014

           – Cuando después de la guerra volví al pueblo, eran los hijos de los demás los que corrían detrás del camión que me llevaba. Así hacía yo, unos años antes, corriendo detrás del coche del señorito. Ya se me había olvidado -dio otra calada al pitillo y continuó-. Al señorito hacía tiempo que lo habían descolgado del balcón de la casa del pueblo. Yo volví a mi antigua vida. Ya estaba cansado de que me mandaran y de estar lejos de los míos. La vieja fábrica ya no existía. A algún estúpido aviador le sirvió para demostrar su puntería. Así que solo me quedaba romperme la espalda de sol a sol, en un campo rocoso, para mal alimentar a mi pobre familia.

          El veterano de tantas batallas se levantó, carraspeó, buscó, y se acercó hasta la puerta para escupir. Luego volvió, y se arrellanó en la montaña de petates.

        – Después de todo, en Rusia o en España, esto es lo que sé hacer mejor: obedecer y matar. Y entre lo uno y lo otro, no sé qué se me da mejor.

          –  Pues yo me volvería si me dejaran -dijo el otro-. Mas tarde o más temprano, aquí acabarán con nosotros los bladimires. Eso, o nos matará este jodio frío.

          – Pues yo no. Sé que mientras esté aquí, a los míos no les faltará qué comer. Y si me matan, les quedará una bonita pensión.

          – Cualquiera diría que no te da miedo morir.

          – Prefiero perder aquí la vida que tener que volver a la que allí dejé.

© Lo que escuché cuando estuvimos en Rusia

Miguel Reseco

Obra de Augusto Ferrer Dalmau

Obra de Augusto Ferrer Dalmau

SIEMPRE SE PUEDE ESCOGER

agosto 3, 2014
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Obra de Augusto Ferrer Dalmau

          – Cuando le terminé de modelar su nueva sonrisa, al moro que sorprendí intentado forzar a una pobre niña, mi objetivo pasó a ser el que hasta entonces la había estado sujetando por los brazos. Soltó a la niña y desenfundó una pistola, pero antes de que consiguiera montar el arma, golpeé su mano con el canto de mi bayoneta. La pistola cayó al suelo precediendo al brazo que parecía haber perdido la vida. Antes de que pudiera reponerse le clavé la punta ahí donde le nacía el cuello, ahogándose el miserable con la sangre, que comenzó a desbordarse de su boca. Mi mala suerte quiso que un sargento de su compañía no estuviera lejos. Él, que pensaba haber disfrutado con la escena, se encontró con un espectáculo distinto del que esperaba. Lo supe cuando sentí el cañón de su pistola en la cabeza. Nada pudo librarme de acabar ante un consejo de guerra.

       – No te sirvió de nada ser alférez, ni ser de Falange. Ni haber peleado con los facciosos.

       – Sí me sirvió. Me sirvió para escoger entre el paredón y Rusia.

       – Y aquí estás.

       – Con las pelotas congeladas.

©Lo que escuché cuando estuvimos en Rusia

Miguel Reseco

EN ALGÚN LUGAR, ENTRE DOS ESTACIONES DE NOMBRE IMPRONUNCIABLE

agosto 2, 2014

           Cada vez hacía más frío en el jodío tren. Los petates se habían vuelto blancos por la escarcha. Mi compañero de banco, con el que todavía no había cambiado dos palabras, intentaba combatir el frio apretándose cada vez más contra mí.

          – Como sigas acercándote, vas a tener que casarte conmigo -le dije.

          – No seas saborío, hombre. ¿Es que tú no tienes frío? -me contestó.

          – Claro que tengo frío, pero no me van los hombres –dije poniéndome serio.

          – Tranquilo que ya me aparto -afirmó condescendiente-. ¿Un pito?

          – Hombre, eso sí –le contesté-. Gracias , hombre. Hace cinco estaciones que se me han acabado.

          – ¿Tú, qué hacías antes?

          – La guerra –le dije, una vez que hube encendido el pitillo y darle una larga calada.

          – ¡Coño, como todos! Pero desde que terminó la guerra. Antes de apuntarte pá lo de Rusia.

          – Pasar hambre y miseria -le dije.

          – ¡Vaya, que no recuperaste el puesto que tenías antes de la guerra! -. Me miró de arriba abajo, y añadió-. Porque tu no eres un jovencito como estos -dijo señalando a los que no dejaban de parlotear y dar voces al fondo del vagón-. Tu ya trabajarías antes de la guerra.

          – Casi ni me acuerdo -volví a fumar-. Antes era impresor.

          – Pues de eso seguro que hay trabajo.

          – No lo hay para mí.

          – ¡Ah!, que estuviste con los rojos.

          – ¿Tú no tienes sueño? -le dije, rebulléndome en el banco. Apagué el pitillo en la suela de la bota, y me lo guardé para después-. Anda, despiértame cuando traigan el desayuno.

© Lo que escuché cuando estuvimos en Rusia

Miguel Reseco

Que en Rusia están

Obra de Augusto Ferrer Dalmau

Recordando Krasny Bor | Web oficial de Arturo Pérez-Reverte

agosto 1, 2014

Recordando Krasny Bor | Web oficial de Arturo Pérez-Reverte.

CÓMO HEMOS CAMBIADO

enero 31, 2013

Ya no somos los mismos. Cuántos habríamos corrido el riesgo de perder a nuestro amigo del alma por la posibilidad de un revolcón con su novia. Cuantos no estuvimos a punto de pasar una noche en comisaría o en un hospital, por no sabernos callar ante aquel “usted no sabe con quién está hablando”, o ese “tú no sabes con quién te estás metiendo”. Cuantas veces pensamos que posiblemente sería esa, la última vez que veríamos una muda reprobación en la cara del jefe, al llegar a trabajar, con esa de recién… desenterrado.

Ya no somos los mismos. Y es que la vida te cambia. Bueno, en realidad son los demás, quienes cambian su punto de vista. Resultabas chispeante porque siempre fuiste “verde”, pero ahora que eres mayor, te tachan de viejo, de viejo verde. Quedas para cenar con los amigos, en su casa o en la tuya, porque ya lo has cambiado por quedar a tomar copas y por quedar para tener sexo, en tu casa o en la suya. Es entonces cuando rememoras tus machadas de antaño, porque las de hogaño, son llevar a tus hijos al médico, a interminables cumpleaños y entrevistarte con su tutor. Y cuando dejas de llevarles al médico, empiezas a ir tú.

Así que poco a poco vas suavizando tu currículum, y dándole a la tecla Supr en los párrafos de aquellos méritos que incluso a ti ya empiezan a no hacerte tilín. Y se te olvidan cosas. También nosotros vamos cambiando, hasta no parecernos en nada a lo que fuimos.

Don Luis García Berlanga pasará a la historia, por desgracia ha pasado ya, como un genial cineasta. Plácido, el Verdugo, Calabuch y Bienvenido Mister Marshall, son sin duda mis preferidas. Coincido, al menos en este caso, con eso que se dice de que la genialidad creativa aumenta según decrece la falta de libertad. Pero en su biografía también aparece su paso por la División Azul. Pues sí.

Que si se alistó por rehabilitar a su padre, que estaba siendo represaliado por haber militado en el lado republicano. Que si le arrastró a Rusia el afán de aventura. Que si quiso seguir a sus amigos que eran falangistas. Que si creyó así poder conseguir el amor de una muchacha… ¡Qué pereza!

           […] Alguien ha dado la voz de alto. Se detiene poco a poco la columna, y al borde del camino van surgiendo hogueras alrededor de las cuales se improvisan animados grupos. Uno de ellos lo formamos nosotros –“los bohemios” nos bautizaron en el campamento-, camisa azul con cisne blanco bajo el verde uniforme alemán. Junto al fuego, quizá un poco simbólico en esta fecha, 12 de octubre, hemos encendido las pipas y Carlos como de costumbre, ha iniciado una conversación intrascendente, saturada de chistes y alusiones. Pasa un enlace sobre una moto. Nos conoce; se detiene un poco y grita:

1229711238_extras_albumes_0          -¡Muchachos, nos quedamos aquí! ¡Estamos a tres kilómetros de la primera línea! Esta misma noche relevamos a los alemanes.

Nos saluda brazo en alto y reanuda la marcha. Al principio nos hemos quedado todos enmudecidos. Daniel es el primero en salir de su ensimismamiento. Se vuelve hacia nosotros y dice tan solo estas palabras:

          -¡Ya era hora!

Parece como si la noticia hubiera eliminado de nuestro recuerdo la noción de los 1.300 kilómetros recorridos hasta ese momento. Han desaparecido de nuestros rostros todas las huellas de sueño, fatiga y penalidades. Nos hemos puesto de pie y, como en todas las grandes ocasiones, hemos cantado. Y ha sido una desgracia no conocer ningún himno del SEU, porque aquí, en este instante y ante este paisaje, sus estrofas entonadas por nosotros hubieran tenido una emoción apasionada. (…)

Julio ha empapado de sangre esta retrasada primavera. Todavía queda nieve para grabar iniciales en su blanca superficie, pero ya han surgido rosas que han de dulcificar la sepultura. Cerramos los ojos a esta angustia que nos invade, porque ya no está con nosotros el mejor compañero. Sobre un carro, un carro de ruedas destartaladas y ejes que chirriaban, a contraluz con la estepa iluminada eternamente, llevamos ayer su cadáver a Motorowo, y en un jardín, la cabeza hacia España, lo enterramos (…)

Con él se fueron las medallas religiosas, el cisne blanco en la camisa azul, y aquella rosa de los Alpes que una estudiante alemana le regalara. Nos dejó, sin embargo, una antología de la buena muerte y una postura arrogante ante lo irremediable.

Caía la tierra sobre su cuerpo y descendía sobre nosotros el afán silencioso en la lucha. Así, sin gritos, proseguíamos, cada vez más acelerada, la marcha hacia los límites de nuestra conciencia. Se desangran, sí, los cadáveres de los falangistas, pero esa sangre entra en las venas de los que quedamos, para rejuvenecer nuestro ímpetu.

Tengo su diario entre mis manos. Es de tapas azules y sus páginas están llenas de una letra apretada y ágil. Todas sus confidencias están trasplantadas –y aquí con más pureza- a la blanca amistad del papel. Por todas partes, alusiones a su entrega eterna a la Falange. Se dictaba a sí mismo la violencia y la fe en la revolucionaria tarea. Leo…

Luis García Berlanga (con la gorra en la mano y bigote) junto a otros compañeros se dirige al Frente Ruso formando parte de las tropas de la División Azul.

Luis García Berlanga (con la gorra en la mano y bigote) junto a otros compañeros se dirige al Frente Ruso formando parte de las tropas de la División Azul.

«¡Qué día más terrible aquel en que ninguna mano extendida nos señale el mejor camino hacia la muerte! Si en la constelación falangista no se esperasen refuerzos, ¿Cómo íbamos a justificar nuestra presencia en este campamento terrestre?

Se nos quiere llevar a la molicie ofreciéndonos como cebo y consuelo el fácil recuerdo de lo pasado. Y no: no se hacen revoluciones fundando un museo de añoranzas, sino buscando con el punto de mira el cuerpo enemigo.

Las consignas no deben perderse entre las páginas tibias de revistas que nadie lee. Las consignas han de clavarse a gritos en las paredes enemigas.»

Al terminar de leer me fijo en la última página, donde, a lápiz, pero con gruesos caracteres, había escrito: “¡ARRIBA ESPAÑA!”. 

FRAGMENTOS DE UNA PRIMAVERA

Luis García-Berlanga Martí

Dicen que el tiempo pone a cada uno en su sitio. No lo niego, pero me gustaría vivir para ver otros casos como el de don Luís, en los que la verdad sale a la luz, pero preferiría que fuera en vida de los protagonistas, porque es mejor ver en vergüenza a un mentiroso deslenguado, que ver cómo con presuntas razones, otros ensucian su memoria.

Si no conoces toda la información, no dejes de pinchar aquí:

 http://laclavecultural.blogspot.com.es/2011/11/luis-garcia-berlanga-en-la-division.html

CARA AL SOL EN LA NIEVE

marzo 25, 2012

FERNANDO SÁNCHEZ DRAGÓ

Hablemos de la División Azul sin enconos ni condenas ni alabanzas. Es ya historia, y como historia, con frialdad, debe ser contada y analizada. La frialdad, sin embargo, no excluye la subjetividad.

Ignacio del Valle ambientó, hace de eso unos años, una novela de intriga -El tiempo de los emperadores extraños, Alfaguara- en tan colosal aventura bélica y aquel libro ha dado pie ahora a una película, dirigida por Gerardo Herrero, que lleva el título de Silencio en la nieve.

Subjetiva será, supongo, la visión que de aquellos hechos, ya remotos, pues se remontan a la segunda guerra mundial y a 1943, tienen esas dos personas y subjetivo soy, también, yo.

En 1992 gané el premio convocado por los ex combatientes de la División Azul con un artículo, aparecido en la revista Época, donde, entre otras cosas, decía: «Sé, de aquella gesta, lo que el corazón me dicta, sé lo que el instinto me sugiere, sé lo que Dionisio Ridruejo contó en sus Diarios, sé lo que la familia de mi madre pensaba y decía, sé lo que oí en las celdas de la cárcel de Carabanchel cuando me metieron en ella por ser antifranquista…».

Y más adelante: «Tres primos míos -Chipi, Quique y Luis- se enrolaron en la División Azul con una centella en los ojos y la frente levantada. Tenía yo entonces cinco años, pero lo recuerdo muy bien. Eran altos, fuertes, generosos. Trigo limpio. Antes de irse me levantaron en vilo a la altura de los ojos y se despidieron de mí. Llevo ese adiós clavado en el alma. Dos de ellos no regresaron nunca. No eran amigos de Hitler, sino enemigos de Stalin».

Los tres pertenecían a la Falange. En su casa, la de mi tía Luisa, se había escrito, cuando ellos eran adolescentes, parte del Cara al sol, que es junto, a la Marsellesa, la Internacional y A las barricadas, desposeyéndolos a todos de su connotaciones políticas, uno de los más hermosos himnos que jamás se hayan compuesto.

También participó en aquella razia, que tantas Crónicas de Indias inspiró, otro falangista, Dionisio Ridruejo, que afortunadamente pudo volver a España para contarlo y para dedicar a mi tía un hermoso poema titulado Ante la madre de un camarada muerto.

Dice así: «Vengo sin él, pero su noble carga / pones sobre mis hombros / ahora que unge tu débil mansedumbre / el reproche indecible. / Lo miro con tus ojos. Sí lo veo. / Era el más puro, el solo. / Era tan niño como tú lo llevas / de nuevo en las entrañas. / Vengo sin él. Y maternal, / generosa, lo buscas / con la ciega esperanza acongojada / sobre mi pensamiento. / Me turba tristemente la riqueza / de que estoy revestido; / él nutriendo mi fuerza y moribunda / tu sangre en tu palabra. / Su muerte son mis labios; soy su muerte, / brava, serena y dulce, / y su vida también, ésa que acoge / la duda en tu sonrisa. / Perdóname si vivo, si se yergue mi entereza doblada / mientras llena el despojo de tus venas / un cielo resignado. / Perdóname si soy la galería / donde duerme el soldado entre la nieve / y el muro que interpone su dureza / entre su mansedumbre y tu consuelo. / Vengo sin él. ¿Inquieres? ¿Adivinas? / ¿Acaricias? ¿Alcanzas? / Y al fin el alma se me extiende, / lenta como un paisaje, / a tu dolor de madre».

Con Dionisio Ridruejo, que ahorcó el yugo y las flechas para convertirse en uno de los primeros y más combativos disidentes del franquismo, también coincidí en la cárcel. Guardo de él muy buen recuerdo. Mejor, imposible. Su amistad me honró y yo honro ahora su memoria.

División Azul… Si en 1943 hubiese tenido dieciocho años, me habría enrolado en ella.

Y quizá, de haber tenido esa edad en el 36 y no haber nacido en España, me habría inscrito en las Brigadas Internacionales.

¿Por ideología? No, en ninguno de los dos casos, sino por afán de aventura. El mismo que, en el fondo, y también en la forma, movía a gentes en apariencia tan dispares como Hemingway, Dos Passos, Malraux, Orwell, Roy Campbell, Koestler, Brasillach, Dionisio…

Descansen todos los muertos en paz: los rojos y los azules, los falangistas y los comunistas, los guripas, los nazis y los aliados. Las ideologías, en contra de lo que piensa Garzón, prescriben en los cementerios, en las cunetas, en las fosas comunes y en los paredones. Morir es borrón y cuenta nueva o, a lo peor, sólo lo primero.

© Elmundo.com

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LA MINA DE PONTE

marzo 24, 2010

El cabo Ponte es un herido más de los que forman la interminable hilera que, paso a paso, consigue arrastrase por la carretera. La carretera es una línea negra que parte en dos un monótono desierto blanco, bajo un monótono cielo gris. El cabo, como todos los que pueden valerse por sí mismo, ayuda a otro con más dificultad para mantener el paso, confiando en que no tarde mucho en encontrar sitio en alguno de los trineos en los que han acomodado a los impedidos. Cada poco han de echarse a un lado, para evitar ser atropellados por las ambulancias, que abarrotadas por los heridos más graves, se las ven y se las desean para poder sortearles.

T-34-hist-1942-2Quizás en esos momentos, en su Galicia natal, hay alguien que le recuerda. Quizás en Radio Nacional, el locutor dedique unos minutos a relatar la suerte de los españoles en el frente ruso. Quizás nadie se acuerde ya de ellos.

ponte anidoBruscamente el cabo se ve arrancado de esos pensamientos, cuando tras un terraplén, surge un carro de combate ruso, un T-34 cargado de hierro y fuego, que se lanza como una fiera infernal contra la columna haciendo fuego. Antonio Ponte se queda paralizado. En la mente del cabo se representa la matanza que segundos después se va a perpetrar. Se acuerda de la mina que todavía guarda en su mochila. Abandona al compañero al que ayudaba a caminar. Corre al encuentro del blindado, se esconde, deja que le rebase, salta sobre él, y coloca la mina. Sabe que los cinco segundos restantes no le serán suficientes para apartarse. Tres, cuatro y ambos saltan por los aires.

Miguelreseco