Reinando en España José Bonaparte, hermano de Napoleón.
«Diecinueve de octubre de 1809:
I. La pena de horca queda abolida en todo nuestro reino.
II. En su lugar se sustituirá y usará la de garrote, sin distinción alguna de clase, estado, calidad, sexo ni delito.
III. Los reos no permanecerán en la capilla más que por el término de veinticuatro horas.
IV. Si el reo condenado a la pena capital tuviese algún carácter de distinción eclesiástica, como civil o militar de cualquier género que sea se entenderá degradado por la sola declaración de la sentencia».
Cuando con el paso de los años, el profesor percibe el poco aprecio que se hace de su trabajo y de su persona, aspira a colocar a sus hijos en otra profesión mejor considerada aunque sea en perjuicio de su peculio. Con ello, renuncia a la ayuda que le podría aportar por la experiencia atesorada en el desempeño de su oficio y a la escasa influencia en la empresa con la que le podría beneficiar.
Pero, ¿y si el hijo no lograra adquirir la formación precisa para alcanzar ese puesto que supere al suyo? Entonces, suele persuadirle para que adquiera los títulos que le permitan seguir sus pasos, como salida más honrosa y que asegure su supervivencia.
Lamentablemente, estos nuevos docentes, a la fuerza, a los que no les ha bendecido la vocación, y que conocen las miserias padecidas por sus progenitores, son buenos ejemplos de desidia, más preocupados por mejorar su estatus laboral. Dado que en ese gremio es muy difícil alcanzar un puesto con pálidas mejores retribuciones, se esfuerza en establecerse en la posición que menos brío le precise, en lugar de satisfacerse mejorando su trabajo. Al adoctrinamiento, como prioridad, de los gobiernos, se une la de los padres, que es la de que el colegio no les cree problemas. Los centros escolares priman ser competitivos, dotando a su sistema de las últimas tecnologías, impartir más asignaturas en otros idiomas, educar para la sociedad que se impone, cuidar al alumno en perjuicio de la formación, no inculcar el sentido del esfuerzo y evitarle cualquier trauma derivado del aprendizaje, en lugar de preocuparse de la formación para el mundo en el que se ha de enfrentar.
Casa del número 6 de la calle de la Ternera, de Madrid. En un cuarto principal de esta casa, vivió y falleció, el 2 de mayo de 1808, hacia las 7 de la tarde, el capitán Luis Daoiz, a causa de las heridas recibidas durante la defensa del Parque de Monteleón. La placa que puede verse en la foto, junto al balcón del primer piso, hoy tristemente desaparecida, lo recordaba.
Biblioteca Regional, Fondo Santos Yubero, 43056-1 (2 de mayo de 1936).
Hoy, en su lugar hay una de esas placas amarillas que coloca el ayuntamiento.
LA ORDEN ESPAÑOLA Y HUMANITARIA DE LA SANTA CRUZ Y VÍCTIMAS DEL DOS DE MAYO DE 1808.
Por C. Maravillas.
En el año de 1862, dos patriotas madrileños –un sacerdote y un artillero- iniciaron el proyecto de establecer una hermandad que, sobre las ruinas del Parque de Artillería de Monteleón –escenario del alzamiento del 2 de mayo de 1808-, rindiese perpetuo homenaje a los héroes y mantuviese la memoria y a las víctimas de aquellos días. Los comienzos fueron modestos, solamente una misa de sufragio en la vecina iglesia de las Maravillas y una ceremonia en la puerta principal del Parque. Pero la idea arraigó en el barrio, y por fin en diciembre de 1867 se fundó la congregación en la iglesia de San Ildefonso, a la que se sumaron enseguida algunos de los supervivientes de aquellas jornadas. Pronto se alcanzó el número 800 congregados, en su inmensa mayoría pertenecientes a las clases populares, pero también muchos nobles –cual los Condes de Velarde y de Daoíz, los Duques de Medinaceli u de Santoña-, generales, oficiales de Artillería, académico, y otras personas de distinción.
Inmediatamente, los fundadores solicitaron de S.M. la Reina que se dignase ser su protectora, a lo que accedió la soberana, ingresando en la congregación junto a su hijo el Príncipe de Asturias –futuro Alfonso XII-. También es desde entonces miembro de la institución el Excmo. Ayuntamiento de Madrid. Poco después ingresarían el Regente Duque de la Torre y el Rey Don Amadeo de Saboya.
En aquel mismo año de 1868 se adoptaron las insignias, las mismas que hoy siguen usando los socios: la Santa Cruz en tojo sobre dos cañones cruzados con su munición (que recuerdan las dos piezas de a ocho que defendieron el Parque), rodeados de una palma y un laurel. La cinta es encarnada por la sangre de los caídos, con dos listas negras en señal de luto por ellas, fileteadas de blanco, que representa su pureza de sentimientos.
También entonces se cedió a la Orden Española y Humanitaria una capilla colateral de la iglesia de San Ildefonso o de las Maravillas, que se alhajó convenientemente. Muy dañada por las milicias rojas en el verano de 1936, fue restaurada en 1940 y hoy se encuentra en muy buen estado. Allí se venera la imagen del Cristo de la Buena Muerte.
Enseguida dieron comienzo sus actividades, en primer lugar, la conservación del Parque de Monteleón y la construcción de un monumento colocado allí. También las fiestas y sufragios del 2 y 3 de mayo de cada año, cada vez más suntuosas y concurridas. A algunas de ellas, cual la de 1908, centenario del alzamiento, asistió el propio Rey Don Alfonso XIII con el Príncipe de Asturias y el Gobierno en pleno.
También se inició enseguida una modesta obra asistencial y hospitalaria, en favor de soldados heridos y demás víctimas de los disturbios callejeros –entonces frecuentes-, instalando una pequeña enfermería, servida por socios voluntarios.
Era ya el 16 de febrero de 1870 cuando la Regencia del Reino aprobó el cambio del nombre, que ya en adelante sería el de Orden Española y Humanitaria de la Santa Cruz y Víctimas del Dos de Mayo de 1808.
En aquel mismo año, el 1º de abril de 1870, se suscribió un convenio que habría de ser decisivo en la historia de la Orden: fue con la también naciente Asociación de la Cruz Roja para el socorro de heridos en campaña. Fue la Orden la primera entidad que se asoció en España a la Cruz Roja, por lo que obtuvo el honorífico título de Primera Asamblea Local de la Cruz Roja Española, que mantuvo durante más de un siglo. Los estatutos de la Cruz Roja fueron modificados, y los miembros de la junta directiva de la Orden se integraron en la Asamblea Española de la Cruz Roja: el presidente de aquella, el Conde de Velarde, pasó a ser el vicepresidente de esta. Y cuando la Cruz Roja decayó grandemente por falta de guerras, entre 1876 y 1892, fue la actividad de la Orden Española Humanitaria la única en la que pudo apoyarse su pervivencia.
Su buen desempeño fue la causa de que la Cruz Roja Española concediese a la Orden Española y Humanitaria su Medalla de Oro, en 1896.
Durante los años que corrieron entre 1875 y 1936, la Orden alcanzó una gran plenitud y fueron muchas sus actividades asistenciales, sus socios fueron muy numerosos, y sus finanzas muy boyantes. Sus estatutos fueron reformados en 1877 y en 1905 –cuando se crearon sus distinciones, entre ellas la placa, que recibieron en primer lugar los Reyes y el Príncipe de Asturias-. La sede, establecida primeramente en unas dependencias del palacio de Monteleón, pasó en 1896 a un local amplísimo de la calle Pozas 12, y desde allí, sucesivamente, a otros locales propiedad de la Excma. Diputación Provincial de Madrid, en la calle Palma 30 y en la calle del Divino Pastor 26. Pero las juntas generales, por su gran concurrencia, se celebraron en la vecina Universidad Central.
Gracias a las cuotas de los socios, y a otras actividades económicas –colectas públicas, donativos, funciones teatrales, partidos de fútbol, verbenas y kermeses), La actividad asistencial y hospitalaria fue creciendo: a su primera ambulancia sanitaria y hospital de sangre, establecidos en 1870 y sometidos al régimen de la Cruz Roja, siguieron una brigada de salvamento –muy activa en incendios, derrumbamientos y disturbios-; un Gabinete Médico de asistencia gratuita (1902); y enseguida un Dispensario Médico (1905), que fue aumentando su actividad asistencial hasta convertiste en una policlínica atendida por una docena de facultativos –que solo en 1917 realizaron 21.630 consultas y 74 operaciones quirúrgicas-. Una extensión de ese centro se estableció poco después en el popular barrio de Cuatro Caminos.
Esta policlínica, establecida entonces en la calle Santa Engracia 44, prestó importantes servicios a la población madrileña durante la guerra civil de 1936-1939, cuando el número de socios pasó de 318 a 1.612 en el primer año de la contienda. Entonces se establecieron cinco puestos de socorro avanzados, cerca del frente, y se realizaron 4.492 consultas, 23.915 vacunaciones, y 43.359 curas de urgencia. A partir de 1940, la Orden continuó con sus actividades como antes de 1936, unida siempre a la Cruz Roja Española.
Las fiestas del 2 de mayo fueron siempre, hasta la década de 1980, brillantísimas. A la misa con sermón en la plaza del Dos de Mayo y portada de Monteleón, magníficamente ornamentadas, seguían las ofrendas florales en otros puntos, y un gran almuerzo de hermandad. A ellas concurrían siempre las autoridades provinciales y municipales, y una nutrida representación de la Cruz Roja Española y de la guarnición militar de Madrid, en especial del Cuerpo de Artillería, con varias bandas de música.
A partir de 1984, el convenio con la Cruz Roja Española quedó sin efecto, y como la mayor parte de las actividades hospitalarias y asistenciales ya estaban en manos de esta institución, la Orden Española y Humanitaria hubo de abandonar esa dedicación altruista. Tampoco pudo atender a las fiestas anuales del Dos de Mayo, limitándose a acompañar a las autoridades que las encabezaban.
Se inició así un lento declinar, hasta que ya en 2010 la nueva junta directiva ha propulsado un cambio de los estatutos, logrado en 2019, y ha reiniciado las actividades corporativas.
“Es indudable que para su patria de nacimiento, Francisco Cabello y Mesa, cubre todos los parámetros para poder recibir el calificativo que el destacado Filósofo y Catedrático de la Universidad de Oviedo Gustavo Bueno Martínez, pronunció el 25 de mayo del 2008 en la Sala Capitular de la Catedral ovetense. Aquel día se conmemoraban los dos siglos de la declaración de guerra a José Bonaparte y al Imperio Napoleónico, en aquel mismo lugar, por parte de la Junta General del Principado de Asturias (la primera región de España que se alzó en armas contra la invasión francesa).
Ante el público asistente (entre el que estaba el autor de este trabajo) el sabio castellano dijo:
”¿Afrancesados?…Cobardes y traidores todos a su Pueblo…”
Verdaderamente hay que reflexionar que de todos los males traídos por la Guerra de la Independencia a los españoles su responsabilidad ha de recaer no en quienes se resistieron a una guerra de invasión y de agresión, sino a quien gratuitamente la causó, con su secuela de sufrimientos y destrucción, Napoleón Bonaparte, y a quienes le acompañaron y ayudaron, fuera y dentro de España, fuera y dentro de Europa.
Aún así, es de justicia (a la vista de todo lo expuesto en este libro) hacer algunos matices. Es obvio que a muchos afrancesados, de las élites gobernantes de José Bonaparte les impulsó un sincero deseo de buscar el mejor camino para España, para su monarquía, para sus reinos americanos y para su supervivencia como potencia y como estado, necesitado de urgentes reformas de la mano de un gobierno firme (como era el bonapartismo), en la trágica y difícil encrucijada que se abrió en la primavera de 1808.
A esta clase de Afrancesados, entre los que figuraron Azanza, Urquijo o Mazarredo (y tantos otros) no se les puede llamar traidores a España; eligieron el camino, en principio más sencillo y con posibilidad de éxito… aliarse y apoyar al poder más fuerte, en la búsqueda de lo que ellos consideraban mejor para España y para su Monarquía.
Camino que, a la postre, se convirtió en la senda más difícil, que les hizo perder su Patria y convertirse en traidores a ojos de sus conciudadanos. Es por ello que no debería de considerárseles traidores a España, a la idea que ellos tenían de España.
Sin embargo, el desprecio de los Afrancesados a la voluntad general y a los deseos del Pueblo español[1] y que se manifestó, de manera tan unánime, en el verano de 1808 de la mano de los Podres Municipales y Provinciales de España, personificados en las nuevas Juntas Patriotas de Defensa y Armamento, que se negaron a acatar las Abdicaciones, la Carta Otorgada y todo lo dispuesto (manu militari por Bonaparte) en Bayona, si hace a los Afrancesados merecedores de ser “traidores” al Pueblo español, e, incluso, a la nueva Nación española (en la que nunca creyeron como sujeto colectivo de soberanía y libertades), la cual comenzó a ver la luz en el parto sangriento que fue la guerra contra el Imperio Napoleónico.»
Rasgo político-militar del coronel Cabello en su viaje desde Madrid a Astorga y regreso. Marzo – julio de 1809.
Arsenio García Fuertes
[1] Al que si respetaron otros ilustrados como Jovellanos, y luego toda la clase política liberal, heredera de la Ilustración y de la Revolución francesa, y no del Bonapartismo.
“Al celebrarse el primer Centenario de la guerra de independencia, no puede olvidar Madrid que fue iniciadora del temerario alzamiento contra la invasión extranjera. No debe olvidarlo, porque Madrid es capital europea, ligada con vínculos espirituales y de interés a las espléndidas metrópolis de naciones próximas, y si de alguna recibió y recibe enseñanzas del orden artístico, político y suntuario, también aprendió de ellas a conservar vivo el recuerdo de las glorias patrias, y a conmemorarlo fervorosa y dignamente.
No con ligereza jactanciosa, sino con la conciencia de encarnar el sentir nacional, como lo encarnó en 1808, consagrará esta villa días triunfales a celebrar la festividad de la Santa Independencia, perdida y recobrada por el pueblo español en los trágicos años de lucha con el imperio. Madrid fue la primera hija que alzándose del regazo de la madre ultrajada, se abalanzó al usurpador, y con gesto iracundo, el grito aterrador, las manos armadas o inermes, manos de hombre, manos de mujeres, cólera de grandes y pequeños, de plebeyos y nobles, demostró al mundo que aquel fundamental principio no podía ser hollado y destruido sino por la fuerza bruta. Contra la del usurpador, fuerza organizada, poderosa, desarrolló este vecindario, la suya libérrima, instintiva, esporádica, sin jefes, sin plan, sin premeditación estratégica, y supo ser heroica y mártir, mereciendo por ambos conceptos la gratitud de España y de la humanidad. Madrid fue tan grande por su martirio, como por su patriótica fiereza, porque si no pudo ganar toda la batalla en el terreno material, la ganó espiritualmente con el sacrificio de su sangre, a torrentes derramada en la espantosa noche del 2 al 3 de mayo.
Los que en esta ocasión representamos a esta Villa ilustre, unos porque en ella nacieron, todos porque en ella tuvimos nuestra cuna intelectual, creemos que pondrá en la conmemoración de los fastos del año 8, el españolismo más expansivo y sintético. Siempre se distinguió Madrid por la amplitud del concepto de patria, y en la epopeya de la Independencia, concede igual veneración a la página histórica, llámese Gerona o el Bruch, llámese Zaragoza o Bailén. El Dos de Mayo, fue prólogo y norma de la dura protesta contra el imperio y de los tremendos golpes que sucesivamente quebrantaron un poder inmenso y deslumbrador. Sean también hoy las fiestas de nuestra capital, introducción a las que ha de celebrar, con mayor concurso de gentes y con esplendores industriales, una ciudad de inmortal renombre y a cuantas manifestaciones de igual carácter haga la familia española en ciudades, villas y campos memorables. En el próximo Mayo, Madrid quiere ser España, y en días sucesivos, su anhelo es que toda España la tenga por suya.
Al propio tiempo, proponemos y deseamos que esa hidalga Villa no circunscriba la festividad a las demostraciones y visualidades pomposas que embelesan a las muchedumbres. Bueno es que hablemos a los sentidos y a la imaginación de ésta, ofreciéndole plásticamente las grandezas de la virtud, del arte y del valor, pero conviene que asimismo hablemos a su pensamiento, para que los ciudadanos comprendan que en los méritos del pasado debemos asentar todo lo hermosos y útil que deseamos legar al porvenir. Perpetuemos la memoria del Dos de Mayo en un monumento que exprese la lucha formidable y el cruento suplicio del pueblo matritense, con el carácter de espontaneidad y de bravura indisciplinada que tuvo aquel movimiento. Obra fue de todas las clases sociales fundidas con maravillosa mezcla de jerarquías en el común tipo popular; ejercito y pueblo, con doble y mancomunada iniciativa, realizaron el acto prodigioso, que la historia nos ha transmitido sintetizando a todos los héroes de aquel día en las figuras inmortales de Velarde y Daoiz.
Y no debemos contentarnos con esta demostración de cultura sino buscar otra en esfera más perdurable que los bronces y mármoles, en la educación, en la crianza y guía de generaciones que han de continuar la vida hispánica. Hagamos que las solemnidades de este Centenario y los hechos gloriosos y los nombres ilustres que representan, queden para siempre asociados a un centro de enseñanza, el cual serviría de ejemplo, para que en ocasiones análogas, otros acontecimientos y otras entidades repitieran esta iniciativa fecunda. Así veríamos multiplicarse los criadores de generaciones cultas, único modo de apresurar el paso lento y perezoso con que vamos hacia la civilización.
Para conseguir estos fines, la Comisión del Centenario, vuelve los ojos, en primer término al pueblo mismo cuyo abolengo histórico trata de enaltecer. Madrid, castillo famoso de hospitalidad , centro y resumen de la vida nacional y abierta cátedra de todas las ideas, aspiraciones y fantasías de los españoles, archivo del donaire, índice de la Historia Contemporánea en su variada serie de períodos normales y revoluciones, posee además la virtud más preciada en el orden político, la tolerancia, dulce amiga del progreso y la libertad. Madrid es nuestra metrópolis intelectual, geográfica y política; más, no es bastante rica por sí. Dentro del organismo municipal, para llevar a efecto las grandiosas solemnidades que proyectamos.
Harto se ha dicho que Madrid, con ostentar coronas y títulos de Capital y Corte, no ha podido alcanzar la esplendidez arquitectónica y la perfecta ordenación higiénica de otras capitales europeas. Y esta es ocasión de repetir que si nuestra Villa no ostenta entre nacionales o extranjeros mejor vestidura urbana, la culpa ha sido de los altos organismos del Estado, que no han cuidado de robustecer la vida y la hacienda municipal.
Aquí tiene la política sus talleres centrales; aquí la administración sus innumerables falansterios y covachas; aquí se alojan las cabezas de los Institutos armados; aquí reside la superior Enseñanza, la suprema Justicia y toda la primacía patricial del Estado. Pero éste, no pone la debida atención en los derechos del casero o aposentador, ni suministra los elementos de la vida indispensable para atender al decoro, amplitud y comodidad de este viejo caserón de los Poderes Públicos. Resulta, pues, que el Municipio de Madrid, que debiera ser rico no lo es, y se ve obligado a solicitar de un poderoso inquilino que le ayude a realizar dignamente las fiestas del Centenario, evocación de un pasado glorioso.
Y no solo acudimos al gobierno de su majestad sino a los potentes organismos que en esta villa tienen su fastuoso albergue; el alto comercio, a la industria grande, a los próceres de vivir opulento y dichosos, a las familias ricas que son savia y ornamento de la vida de Madrid. De estas personalidades directoras que en diversas ocasiones han acudido a todo llamamiento patriótico con liberalidad y largueza, propia de su alta función social, esperamos hoy eficaz auxilio.
A las clase inferiores, a la medianía burocrática y pobre, que apenas disfruta un vivir precario, a la muchedumbre obrera, que trabajosamente nivela un jornal mísero con las necesidades más elementales, sólo pedimos que con su fervorosa adhesión y cultura, den esplendor a la patriótica fiesta y que perseveren en su amor ardiente a la Independencia Nacional.”
Madrid, 15 de Marzo de 1908
Alocución dirigida a la Comisión organizadora del Centenario del 2 de Mayo de 1908 al pueblo de Madrid y escrita por Benito Pérez Galdós.
Este texto escrito por Benito Pérez Galdós para la celebración del Centenario del Dos de Mayo de 1908, se publicó el 15 de marzo de ese año en El País y en el ABC y se entregó al pueblo de Madrid el 2 de Mayo de 1908.
Daoíz y Velarde, fue ayer y es hoy en el Mando de Artillería de Campaña Hay lugares que guardan las antiguas sacudidas de la Historia, y que custodian esas tradiciones y hechos que retumban por infinitos corazones, que —aun dormidos y yacentes hace siglos— permanecen en la memoria de todos. Más de dos siglos, pero […]
—Cumpliendo el deber que te exige tu condición como Príncipe de Asturias, te desposarás con María Luisa, hija de los duques de Parma que, según tengo entendido, es una joven de notorias y virtuosa cualidades.
Carlos, mostrándose insólitamente complacido ante la noticia, verbaliza entonces, para inaudito asombro de su ilustrado padre, una absurda e inocente reflexión mientras se imagina ya en los brazos de tan hermosa mujer.
—Padre, celebro desposarme con una mujer que nunca me podrá engañar ni dañarme con adulterio.
Carlos III, estupefacto y sin alcanzar a comprender por qué había llegado a aquella extraña conclusión, carraspea antes de pedir a su hijo la aclaración de tan insólita certeza.
—¿Cuál es la razón que os lleva a afirmar tal cosa?
A lo que el Príncipe de Asturias, inocente, por no decir, corto de miras, responde rápidamente con inusitada seguridad pensando que, su padre, quedaría complacido al verle llegar…
Ronda por el Madrid del Dos de Mayo, es la propuesta de un paseo por algunos de los escenarios de los sucesos de aquel día de 1808. Texto e imágenes de Miguel Reseco