Conmemoración del II Centenario del SIETE DE JULIO DE 1822
Como inicio de las conmemoraciones del II Centenario del golpe anticonstitucional intentado por Fernando VII el 7 de julio de 1822, el 16 de junio de 2022 José Luis Sampedro, Presidente de la Sociedad Filantrópica de Milicianos Nacionales Veteranos, impartió (bajo el título Evaristo San Miguel y el Siete de Julio de 1822, un centenario aleccionador) una conferencia en la sede del Centro Cultural de la Junta Municipal del Distrito de Moncloa, en el que se encuentra la calle Evaristo San Miguel (héroe de los acontecimientos recordados) así como el Cementerio de la Florida, en el que, junto a los de los patriotas de 1808, reposan sus restos mortales, y cuya custodia ejercen los miembros de la citada Sociedad desde 1917.
Entre aquel «marchemos, y yo el primero, por la senda constitucional», del juramento de la Constitución de 1812 por Fernando VII el 10 de marzo de 1820 y la llegada de los cien mil hijos de San Luis el 23 de mayo de 1823, el trienio liberal no estuvo exento de tensiones, los partidarios de absolutismo llevaban mal lo de estar sometidos a La Pepa, que consideraban excesivamente liberal, y que se había instaurando en España al triunfar el levantamiento de Riego, partidas absolutista crean crispación en toda la península para generar inestabilidad en las instituciones constitucionales, atacan a alcaldes liberales, y conspiran para derrocar al gobierno, desde luego todo pasa por crear un clima social contrario a los progresistas.
Para situarnos en lo que era el ambiente liberal hemos de tener en cuenta que la invasión francesa de 1808 fue repelida por parte de los militares, pero sobre todo…
El embate de los madrileños contra las tropas napoleónicas siempre tuvo la importancia para ser considerado símbolo nacional, Pero el relato que se promocionó desde diferentes ideologías pretendido quitarle su peso
Este es un trabajo publicado por HÉCTOR HERRERA
Este lunes, la Comunidad de Madrid celebra su fiesta autonómica. Con esta efeméride, los madrileños conmemoran el levantamiento del 2 de mayo de 1808 contra las tropas napoleónicas que se habían “instalado” en la ciudad. Aquel evento, lejos de limitarse únicamente a una cuestión anecdótica, se convirtió en la chispa que prendería la llama de nuestra Guerra de la Independencia. Es un hito que marca un antes y un después en la Historia de España. Cuando termina la guerra, poco queda ya de lo que en su día fue el mayor y más avanzado imperio del mundo, las ideas liberales ya eran una realidad, y la experiencia de las Cortes de Cádiz habría cambiado para siempre el alma de los españoles… que ya no veía con tan buenos ojos el absolutismo del Antiguo Régimen.
Desfile del Dos de Mayo por la Puerta del Sol 1858
En realidad, hay pocos eventos en nuestra historia tan relevantes y significativos como el levantamiento del 2 de mayo. De hecho, es el único que puede ser considerado como “el gran mito fundador de la España moderna”. Entonces, ¿Por qué sólo es motivo de celebración en la Comunidad de Madrid?, ¿Acaso no tiene la épica y el sustento historiográfico suficiente para ser considerada festividad de ámbito nacional?
Liberales contra absolutistas y absolutistas contra liberales
El levantamiento del 2 de mayo se consideró símbolo nacional desde el mismo momento de los hechos. Ya en 1809, cuando se acercaba el aniversario de la sublevación -y cuando todavía quedaban unos años para que el invasor francés cruzase los Pirineos- una proclama promulgada por la Junta rezaba lo siguiente: “Españoles: la Junta Suprema os convida a celebrar con ella (…) el solemne aniversario que ha decretado por el reposo eterno de las víctimas del Dos de Mayo”.
Es decir, que era un libelo que apelaba a todos los españoles (a los de ambos hemisferios) y no solamente a los madrileños. Y una vez constituidas las Cortes, en la sesión del 2 de mayo de 1811, se recoge la celebración de este festejo “deseando que mientras haya en estos mundos una sola aldea de españoles libres, resuenen en ella los cánticos de gratitud y compasión que se deben a los primeros mártires de la libertad nacional”.
Pero aquella idea de convertir el recuerdo del levantamiento en festivo de ámbito nacional, no tuvo buena acogida en la corte de Fernando VII, que regresó a España y al trono en el año 1814, cuando José Bonaparte ya había sido expulsado. La celebración del 2 de mayo tenía un tufo liberal que no le divertía nada al rey. No la eliminó, pero la acotó únicamente a Madrid.
Y además, como suele ocurrir con la mal llamada “memoria histórica”, el relato que se promociona desde el poder suele ser bien diferente a los hechos. Para la Corona, no fue una gesta colectiva en favor de la independencia de un país y en rechazo de un invasor extranjero, sino que se trataba -más bien- del levantamiento de unos vasallos que exigían el regreso de su legítimo rey.
El alcalde J.M. Aristizábal y otras autoridades delante del monumento a la memoria de los mártires, en la conmemoración del Dos de Mayo. 1928
Esta tendencia a manchar la gesta heroica del 2 de mayo con connotaciones políticas, fue la norma que imperó durante todo el siglo XIX. Ocurrió de nuevo durante el Trienio Liberal tras el pronunciamiento de Riego en 1820. En aquel momento, se volvió a resignificar el festejo para legitimar el nuevo régimen, porque aquellos liberales se consideraron los herederos de los insurgentes madrileños. Sin embargo, con el regreso del absolutismo durante la Década ominosa (1823 -1833) se volvió a resignificar, para evitar el ensalzamiento de la simbología revolucionaria y del poder ciudadano.
En realidad, cada vez que un movimiento favorable a las ideas liberales ascendía al poder, la celebración del levantamiento de 1808 adquiría un cariz épico y de significación colectiva. Sin embargo, cuando eran los favorables a la limitación de la libertad individual quienes tomaban el poder, esta efeméride se limitaba únicamente a la importancia de una festividad autonómica… despreciando su relevancia más allá de una mera significación folclórica.
Tal y como explica el historiador Christian Demange, autor de “El dos de mayo, mito y fiesta nacional”, en esta época, las diferentes ideologías plantearon diferentes concepciones sobre la festividad: “Los (liberales) progresistas celebraban una lucha por la libertad y la independencia; los carlistas insistían sobre el carácter monárquico de la guerra de la Independencia; los republicanos conmemoraban el triunfo del pueblo sobre un déspota; en cuanto a los internacionalistas, rechazaban el mito por su dimensión nacional y burguesa”.
Se termina la polémica
El debate se zanjó de una vez por todas durante la Restauración (1874 – 1931). Concretamente, fue el Antonio Cánovas del Castillo; que aprovechó el cuarto centenario del Descubrimiento de América para decretar el 12 de octubre como el día de la fiesta nacional.
Plaza del Dos de Mayo en el día de su inauguración, el 2 de mayo de 1869.
Aquella decisión pretendió solventar el problema de la forma más inocua posible; marcando en el calendario una celebración que no causase demasiados disgustos frente a unas relaciones ya amistosas con Francia (no parecía oportuno ensalzar la memoria de aquel episodio); frente a un movimiento obrero que entendía la celebración del 2 de mayo como una expresión burguesa y nacionalista, contraria al internacionalismo de los trabajadores; y frente a un nacionalismo catalán cada vez más virulento, que rechazaba el 2 de mayo en favor del 11 de septiembre.
Ahora que han pasado exactamente 214 años desde aquella jornada heroica, parece que ha llegado el momento de que el lector tome postura en el debate: ¿Es el momento de que España se replantee la decisión de obviar el 2 de mayo y su potencial como fiesta de ámbito nacional, para reivindicarlo como el hito fundador de nuestra comunidad política?, ¿No sería -incluso- conveniente y razonable tener dos fiestas patrias, una que reivindique a España como una entidad autónoma e independiente, y otra que la iguale y la hermane con el resto de naciones hispanas?
El paseo que pueda hacer cualquier visitante a la ciudad de Badajoz deparará que, en sus calles y plazas, encuentre algunos motivos que le llamen la atención por estar vinculados a un personaje político histórico, cual es Manuel Godoy Álvarez de Faria.
Los primeros contactos bélicos de los franceses con los castellanos no les pudieron ser más favorables, así es normal que en las crónicas iniciales de su guerra en España nos traten con desdén, prepotentemente, con desprecio: esa gente atrasada y fanática que se resiste a la revolución, al triunfo de la razón; esa gente que come guisos asquerosos y bebe vinos horribles; esa gente que viste vestidos que parecen de pobres del teatro antiguo francés, de paños ásperos y descoloridos; que vive en chozas de barro…
Desde luego, militarmente hablando, lo nuestro con ellos fue derrota tras derrota. Primero la de Torquemada. Lo de la villa palentina no supuso ni un mero roce, solamente una pequeña muestra de lo que los napoleónicos eran capaces de hacer. A Torquemada le cabe el dudoso honor de haber sido la primera población española completamente asolada por los invasores, el de haber sido hecha tabula rasa cuidadosa y premeditadamente.
Lo que los franceses quisieron transmitir al resto de los peninsulares con la acción fue: mirad y aprended, todo el que se enfrente a nosotros quedará igual que Torquemada. Ya se sabe, lo de “cuando las barbas de tu vecino veas pelar, echa las tuyas a remojar’. Hay que confesar que la destrucción tuvo su efecto: antes de que Lasalle llegase a Palencia, las autoridades de la ciudad salieron a decirle que ellos no iban a hacer nada, que tranquilo.
El segundo encuentro, que no encontronazo, fue el de Cabezón. Si en Torquemada los castellanos habíamos aprendido que enfrentarse a los franceses significaba la ruina, en Cabezón nos dimos cuenta de que el entusiasmo por sí solo no servía para derrotar a un ejército profesional y disciplinado, por muchas cruces de iglesias y pendones del Santo Oficio de la Inquisición que llevásemos al frente. Lo cuenta el profesor Celso Almuiña, que la gente de Valladolid acudió con su tortilla –como si dijésemos– a ver desde el monte la batalla contra los galos. Unos cinco mil entusiastas reclutas armados de mala manera y que habían sido entrenados durante unos pocos días en la explanada que entonces era el Campo Grande. Fue algo así como un partido de rugby entre un equipo de la liga francesa y otro de un colegio vallisoletano de bachillerato. Ni se sabe el número de muertos exactos que hubo. Ni se sabe dónde fueron a parar los cadáveres. Nadie apareció por allí en semanas, como tampoco en Torquemada, donde tuvieron que ser el cura y el escribano de un pueblo próximo, Villamediana, los que sepultasen los restos ya secos que fueron encontrando en el mismo lugar donde se hallaban. La familia de un futuro catedrático de medicina en Madrid, el doctor González de Sámano, perdió allí todo rastro de su padre. Salió armado junto con los profesores y alumnos de la Facultad de Medicina y nunca más volvió.
Y la tercera enseñanza nos vino de la Batalla de Rioseco: no se debe pelear contra los franceses si no se tiene un ejército comparable al suyo en profesionalidad, caballería y número de cañones. Si hubiese sido cosa de infanterías, las cosas habrían ido de otra manera, pero la gran superioridad de los franceses estaba en la caballería y gracias a ella ganaron los primeros combates en campo abierto, incluido el de Rioseco. Claro, que a la batalla de la ciudad de los almirantes se unieron además otras dos circunstancias negativas, propias de un país caduco. En primer lugar la dicha falta de caballería y de artillería, en segundo la falta de calidad de nuestros generales. En la España de aquellos tiempos había más jefes que indios, por utilizar una expresión popular, y general podía ser cualquiera, pero solamente de título; generales, generales de verdad, con tropas a su mando había pocos. ¿Y qué es un general sin soldados? Nada. Las tropas eran la herramienta para ascender y cobrar fama en el ejército y en la política y así los generales españoles, como Blake, pensaban más en no perder su ejército particular que en arriesgar. En Rioseco se dieron cita, por nuestra parte, dos al uso, Cuesta y Blake, cada uno con su tropa, los ejércitos de Castilla y el Galicia respectivamente, que frente a Bessieres hicieron la guerra cada cual a su manera: Blake a la defensiva y Cuesta a lo loco. Así Blake se subió al páramo de Valdecuevas –el Moclín significó poca cosa en la batalla– y Cuesta se quedó junto a la ciudad, separados uno y otro por cerca de dos kilómetros de campo vacío.
Bessieres, desde Palacios, no pudo creer que le concediesen tanta ventaja. Hasta debió desconfiar. ¿No será un truco? ¡No podían ser tan malos! Pero dado que no había indicios de trampa por ninguna parte, hizo lo que tenía que hacer. Los españoles habrían doblado en número a los franceses si hubiesen estado juntos, pero tal y como estaban, la ventaja numérica no existía. Así atacó primero a Blake en el páramo y tras derrotarlo pudo dirigirse contra Cuesta, para hacer lo propio. La de Rioseco fue una batalla en dos tiempos, o dos batallas en una batalla, una detrás de otra, en la que la caballería jugó un papel esencial.
Los historiadores se han preguntado por qué Bessieres no aprovechó la ocasión de cebarse con los ejércitos de Castilla y de Galicia en fuga. Se le acusó y se le sigue acusando de indecisión. Si hubiese lanzado la caballería contra los fugitivos… Pero los conocedores del terreno, como el coronel José Luis Fernández, riosecano y experto en el acontecimiento, saben bien el por qué: los caballos a aquellas alturas de las dos de la tarde del 14 de julio debían estar exhaustos y muertos de sed ¿Emprender la persecución del enemigo sin darles de beber? ¿Y dónde encontrar abrevaderos para tantos? No era, ni es, fácil en Rioseco, no. Napoleón dijo que el triunfo de Medina de Rioseco había puesto en el trono a su hermano José, pero también a él le quedaban muchas cosas que aprender. Los castellanos habíamos entendido que enfrentarse al enemigo en una población implicaba la destrucción de la misma, que para enfrentarse a él había que organizarse como ejército regular y que aún como ejército regular, en campo abierto y sin artillería ni caballerías comparables, poco había que ganar. Napoleón comenzaría a aprender, desde Rioseco, que esto no era Alemania, donde, cuando perdía el ejército, el pueblo se quedaba quieto. Aquí no. Los prepotentes franceses estaban a punto de comenzar a familiarizarse con la palabra guerrilla.
SE APRUEBA EN FRANCIA ESTABLECER EL PRINCIPIO DE IGUALDAD PARA EJECUTAR A LAS PERSONAS; NACE LA GUILLOTINA
Tal día como hoy, pero de 1.790, la Asamblea Constituyente francesa establece la estricta igualdad de todos los hombres ante las penas marcadas por la ley cualquiera que fuese su estado o condición social. Para ello aprueba el uso de la guillotina, invento del doctor Guillotin escandalizado por la barbarie de las dolorosas ejecuciones hasta ese momentoCuando la Revolución Francesa se radicaliza, favorecida por las dificultades económicas y el peligro exterior, parece como si se hubiera propuesto instaurar una república sin ricos ni pobres. A partir de 1790, nada se cruza ya en su camino, y la Convención reconoce la utilidad del Terror; de ahora en adelante se guillotinará a todos los sospechosos.En nombre de la guerra y del hambre, el gobierno revolucionario organiza el país a modo de una gigantesca fábrica de pan y armas. Poco a poco se transforma en una dictadura, alejándose de las exigencias del pueblo, del que ya no necesita ningún apoyo y, en nombre de la felicidad social, oprime a los que antes le sostenían.No se respeta el tope máximo de los precios y sí el de los salarios, lo que le indispone con los artesanos y los obreros. Los moderados aborrecen la guillotina, y la Convención soporta a duras penas el dirigismo del Comité de Salud Pública. Este, minado por las disputas internas, golpea a la izquierda eliminando a Hébert y a los ultras, y a la derecha, eliminando a Danton y a los Indulgentes. El dirigismo de Robespierre inquieta a la Convención, que le acusa de dictadura personal. Sus ausencias de la Asamblea provocan su caída. Una coalición heterogénea, formada por partidarios de Danton, por especuladores temerosos, por sus rivales del comité Billaud-Varenne y Collot d’Herboisy y por representantes enviados a diversas misiones a los que se había hecho llamar, le conduce a la guillotina.El pueblo de París no movió un dedo.
Robespierre.
La burguesía moderada y los terroristas arrepentidos vuelven a hacerse con el control de los asuntos de Estado, preservando las conquistas revolucionarias que les eran favorables.Pero, ¿Cuál es el origen de este célebre instrumento asociado a la revolución?. La palabra guillotina proviene del apellido del autor de la iniciativa, el médico francés José Ignacio Guillotin, que el 10 de octubre de 1789 presentó a la Asamblea de los Estados Generales un proyecto de ley para humanizar —valga la paradoja— la pena capital y abolir los antiguos métodos de ejecución; el ahorcamiento para los villanos, la decapitación para los nobles y el infamante de la rueda aplicado a los asesinos, para sustentar el principio de igualdad de pena para todos, sin distinción de clases y para evitar sufrimientos innecesarios al reo. Para acelerar la eliminación de sus enemigos, Robespierre había anulado, el 10 de junio de 1794, el derecho a la defensa legal y limitó las sentencias: absolución o muerte. Como consecuencia, el número de condenados a la guillotina aumentó de manera torrencial. La mayoría de los parisinos, hastiados ante las muertes, evitaban la plaza donde se alzaba la guillotina. Entre los espectadores asiduos figuraban las “tejedoras”: mujeres que aparecían diariamente junto a la guillotina, con sus tejidos, y que presenciaban las sentencias. Sus burlas ante los aristócratas, que se mostraban aterrorizados, las convirtieron en símbolos del Terror; se les conoció como las “Furias de la Guillotina”. .Al final del Terror, el rey, la reina y otras 17,000 víctimas habían muerto bajo la hoja de la guillotina.Tal día como hoy, por lo tanto, la Asamblea decidió llevar el principio de la “egalite” a la práctica y ajusticiar a todos los reos de la misma formaEl proyecto del Dr. Guillotin, que al principio no despertó interés, tuvo aprobación en marzo de 1792, pero su diseñador no fue el autor de la idea, sino el Dr. Louís, de la Academia de Cirugía de Francia. A un alemán constructor de clavicordios llamado Schmidt, se le encargó la fabricación de la máquina, que, terminada, fue experimentada con cadáveres y animales.Su estreno tuvo lugar el 27 de mayo de aquel año con un delincuente común llamado Pelletíer.
Joseph Ignace Guillotin.
En sus comienzos y por breve tiempo, popularmente se la denominó la Louison o la Louisette, por el Dr. Louis que dirigió la construcción; inexplicablemente se le cambió por el de guillotina, con que ha llegado a nuestros días. No está demás recordar que en rigor, la “máquina niveladora” como se la denominó también, tuvo origen en un aparato de forma más simple empleado en Italia en el siglo XVI, llamado mannaja, que en Francia se aplicó en la ciudad de Toulouse en 1632, cuando se decapitó al duque de Montmorency, al ser vencido en la lucha contra su poderoso enemigo, el cardenal Richelieu.Refiere Arthur Conte que Luis XVI examinó con atención una estampa con la guillotina y expresó que él no desaprobaba la máquina, que la prefería a la horca por hacer sufrir menos al ajusticiado. Aunque se ha dicho que el Dr. Guillotin comprobó en cuello propio la eficacia de su invento se ha comprobado históricamente que falleció de muerte natural en Paris, el 25 de marzo de 1814, cuando la máquina por él concebida funcionaba en lugar fijo, la plaza de Gréve .
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Bienaventurado es aquel que entrega su libertad, y hasta su vida, por no renunciar a sus creencias
Bienaventurado sea aquel que fue nuestro primer amigo, cuidador, paño de lágrimas, enfermero y consejero, aquel al que llamábamos abuelo
Ronda por el Madrid del Dos de Mayo, es la propuesta de un paseo por algunos de los escenarios de los sucesos de aquel día de 1808. Texto e imágenes de Miguel Reseco