ENCONTRARSE A UNO MISMO

           – Cuando después de la guerra volví al pueblo, eran los hijos de los demás los que corrían detrás del camión que me llevaba. Así hacía yo, unos años antes, corriendo detrás del coche del señorito. Ya se me había olvidado -dio otra calada al pitillo y continuó-. Al señorito hacía tiempo que lo habían descolgado del balcón de la casa del pueblo. Yo volví a mi antigua vida. Ya estaba cansado de que me mandaran y de estar lejos de los míos. La vieja fábrica ya no existía. A algún estúpido aviador le sirvió para demostrar su puntería. Así que solo me quedaba romperme la espalda de sol a sol, en un campo rocoso, para mal alimentar a mi pobre familia.

          El veterano de tantas batallas se levantó, carraspeó, buscó, y se acercó hasta la puerta para escupir. Luego volvió, y se arrellanó en la montaña de petates.

        – Después de todo, en Rusia o en España, esto es lo que sé hacer mejor: obedecer y matar. Y entre lo uno y lo otro, no sé qué se me da mejor.

          –  Pues yo me volvería si me dejaran -dijo el otro-. Mas tarde o más temprano, aquí acabarán con nosotros los bladimires. Eso, o nos matará este jodio frío.

          – Pues yo no. Sé que mientras esté aquí, a los míos no les faltará qué comer. Y si me matan, les quedará una bonita pensión.

          – Cualquiera diría que no te da miedo morir.

          – Prefiero perder aquí la vida que tener que volver a la que allí dejé.

© Lo que escuché cuando estuvimos en Rusia

Miguel Reseco

Obra de Augusto Ferrer Dalmau

Obra de Augusto Ferrer Dalmau

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Una respuesta to “ENCONTRARSE A UNO MISMO”

  1. carmen lledias Says:

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